martes, 28 de marzo de 2017

WARISATA MIA

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¡Warisata Mía!1
La inmensa, prolongada lucha, ha concluido. Warisata recibe hoy la puñalada final. Escribo esta página cuando los asesinos bailan en torno al cadáver aún tibio de mi escuela. A los hombres de corazón honesto les digo: escribo con lágrimas. Estas frases mías desbordan pasión y estallan en cólera. Es preciso que escriba esto. Warisata no puede sucumbir sin luchar: y he aquí que Warisata cae luchando. Porque Warisata subsiste, no en las casonas donde hoy campea la molicie, sino en mi propio espíritu y en el de pocos compañeros míos.
Defiendo a mi escuela. Óyelo, pueblo ultrajado de Bolivia: he dicho “mi escuela”. Warisata no pertenece al Estado. Warisata ha sido hecha por unos cuantos hombres, lejos de toda ayuda oficial. Los necios pedagogos que ahora dirigen educación indigenal, no tienen nada que hacer con Warisata. La escuela, hecha con sangre, con infatigable y gigantesco esfuerzo, fue algo más que una obra de administración. En ella pusimos todas las palpitaciones de nuestra vida, toda la energía de nuestra juventud, toda la pujanza de nuestro espíritu. Fue obra de quijotes, fue poesía y drama. Nada tienen que hacer con ella los burócratas que hoy la ocupan. Sí, he dicho “mi escuela”, porque hoy día, soy el último soldado de la causa perdida.
Mas es preciso aclarar esto: hay cierto apolillado pedagogo que también protesta por la total destrucción de Warisata. Le hacen coro cuatro de los de su laya. Yo no tengo nada que ver con ellos. Yo defiendo a Warisata: ellos simplemente su apetito, su puesto burocrático. ¡Cómo les duele la
supresión de la Normal de Warisata! Claro: se quedan sin colocación; ya no
podrán saciar las tripas a costa del indio. ¡Ahora, necróforos, a trabajar! Se
acabó la carroña con que os alimentábais.
Bienvenida la última puñalada.
Warisata fue un tiempo impetuoso canto de lucha y esperanza. Hoy es una lamentable algarada de bribones y holgazanes.
De los muros blancos que sostuvieron grandeza, hoy cuelgan jirones de humillación y vergüenza.
Primero difamaron a la escuela. Después la prostituyeron. Colmado su apetito, los grajos aún ultrajan los huesos insepultos.
Warisata mutilada, envilecida, era algo intolerable e incomprensible. Warisata en manos de mentecatos que por más de dos años la explotaron, era una infamia y una vergüenza. Por eso, no puedo dolerme de su muerte: ha concluido, simplemente, su martirio. La mascarada terminó y los fantoches se retiran.
Es justo que diga esto. No hay vanidad en mis palabras. Warisata y yo somos algo indivisible. Mi vida entera halló su aliento en aquellas aulas colmadas de grandeza. Cuando fuimos arrojados, Warisata subsistió en nosotros: allá sólo quedaron traidores y explotadores del indio. Los niños que recibieron de nosotros su pan espiritual, continuaron sus lecciones con nosotros. Hay un nutrido archivo de cartas que un día conocerá Bolivia: son nuestros niños que dolidos de la vergüenza que se apoderó de Warisata, nos contaban su desventura. Nunca confiaron en sus nuevos maestros. Los
niños, psicólogos intuitivos, conocen a sus amigos a la primera mirada. Y sabían perfectamente que después de nosotros, allá sólo quedaban sujetos depravados y voraces, colocados exprofeso para el saqueo y la destrucción.
Entonces nos escribían. Y así, Warisata prosiguió su lucha con el tesón de la planta que crece en los resquicios de la roca. Cada vez que nuestros niños llegaban a La Paz, lo primero que hacían era buscarnos. Su constante peregrinación era la prueba más definitiva de que sus únicos maestros
continuábamos siendo nosotros.
Entonces es justo que diga: ¡Warisata mía! y que asesinada mi escuela, sea yo quien tenga que escribir su mensaje postrero. Pero tengo que ordenar este capítulo. Una concepción cualquiera sólo puede ser conocida por su historia, como dice Comte. El culto lector me ayudará a no extenderme demasiado, ya que el drama de Warisata es por demás conocido. En 1939 se editaba en la escuela un “Boletín” mimeografiado. Del número 7 transcribimos este párrafo que pinta por entero lo que era la región en 1931:
“La peregrinación de Elizardo Pérez lo condujo a Warisata, región que presentaba todas las características del Altiplano y que podía servir, por tanto, de cartabón para un desarrollo ulterior de las escuelas. Soplaban vientos helados y cortantes; la altura era insensata, como diría Keyserling; el clima era polar, sostenido por las nieves del Illampu y las brisas del Titicaca. El hombre
vivía en un primitivismo inconcebible y sujeto a una feroz explotación gamonalista. Aquí no había otra ley que la del látigo ni otra posibilidad de vida que la sumisión. La tierra, árida y sin riego, trasudaba año tras año su tuberculosis y había que arañarla día y noche para obtener sus pobres
frutos. Los indios de Warisata vivían golpeados por el infortunio y cuando se doblaban sobre los surcos en su lucha contra la naturaleza inclemente, podía verse en sus espaldas el vergajazo infamante del pongueaje. Las haciendas eran un típico resto feudal. Sus dueños vivían en las ciudades, percibiendo sus rentas por medio de mayordomos y sin cuidarse de la agricultura. Por eso no había en la pampa ni un atisbo de un porvenir venturoso”.